- Según testigos y organizadores, a mitad del recorrido, el doctor escalador —sí, también médico de profesión— lideraba su categoría. Se había despegado de Laura, empujado por ese fuego competitivo que ni la edad, ni los años de aventuras logran apagar. Pero el corazón —ese músculo que tantas veces latió en las alturas, entre la nieve, el vértigo y la roca— no resistió el esfuerzo
Sergio Masté / Diagonal Sport
Por esas ironías que sólo la vida —y la montaña— se atreven a escribir, Yuri Contreras Cedi, uno de los más grandes escaladores mexicanos de todos los tiempos, encontró su último ascenso no en las cumbres rocosas del mundo, sino en la calurosa planicie de Cancún, mientras pedaleaba con el corazón desbocado en una competencia ciclista que buscaba homenajear al “Tour de Francia” y celebrar el 55 aniversario de la ciudad.
A sus 62 años, Yuri era mucho más que un veterano de las alturas: era una leyenda viviente. Su nombre estaba escrito en las paredes más agrestes del país, en los cañones verticales que conquistó con los dedos y en las cimas que alcanzó con voluntad de hierro. Pero también era un hombre del asfalto, que encontró en el ciclismo de ruta una forma de seguir entrenando, de desafiarse y de seguir sintiendo el viento en la cara.
El domingo 4 de mayo, a las 6 de la mañana, Yuri tomó la salida en la etapa del “Tour de Francia” en México, una prueba recreativa pero exigente, de 115 kilómetros por la zona hotelera de Cancún y el bulevar Kukulkán. Iba acompañado por su compañera de vida y de ruta, Laura González. Habían llegado un par de días antes para aclimatarse, como buenos competidores, hasta el último detalle. El sábado incluso reconocieron parte del trayecto, con la misma disciplina con la que Yuri preparaba sus expediciones de montaña.
Según testigos y organizadores, a mitad del recorrido, el doctor escalador —sí, también médico de profesión— lideraba su categoría. Se había despegado de Laura, empujado por ese fuego competitivo que ni la edad, ni los años de aventuras logran apagar. Pero el corazón —ese músculo que tantas veces latió en las alturas, entre la nieve, el vértigo y la roca— no resistió el esfuerzo.
MURIÓ HACIENDO LO QUE AMABA
Sufrió un infarto fulminante en plena ruta. Paramédicos de la carrera lo asistieron de inmediato, aún con signos vitales. Laura, que pronto llegó a su lado, lo acompañó en la ambulancia rumbo al hospital. Pero ni el entrenamiento, ni el amor, ni los años de lucha contra la gravedad pudieron evitar el descenso final.
Yuri Contreras murió haciendo lo que amaba: retando a su cuerpo, midiéndose con el camino, sintiendo la libertad del movimiento. Se fue con la bicicleta al viento, como otros se van con los crampones puestos o la cuerda en la mano. No en un ataúd, sino en la cima de su propia historia.
Su familia decidió que su cremación sea en Cancún, la ciudad que fue testigo de su último reto, y que en León —su tierra, su base, su cumbre personal— se realizará la velación en los próximos días.
Hoy el alpinismo mexicano guarda silencio. Los cerros, las cumbres y los paredones de roca bajan la vista. No todos los héroes mueren en la cima, pero Yuri sí.
@fans destacados Comisión del Deporte de Quintana Roo