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viernes 4 octubre 2024

Coronavirus en Ecuador: el drama de Guayaquil, que tiene más muertos por Covid-19 que países enteros y lucha a contrarreloj para darles un entierro digno

Matías Zibell/BBC Mundo, Ecuador        Foto: Reuters.

Ecuador es uno de los países de la región con más casos confirmados y muertes por covid-19.

A las miles de imágenes de ciudades vacías y hospitales colapsados impresas alrededor del mundo por la pandemia de coronavirus, en la ciudad ecuatoriana de Guayaquil se sumaron en la última semana videos y testimonios sobre personas muriendo en las calles y cuerpos esperando días para ser recogidos en los hogares.

La provincia del Guayas, donde se encuentra Guayaquil, hasta el 1 de abril había reportado -según datos oficiales- más víctimas del covid-19 que naciones latinoamericanas enteras: 60 muertos y 1.937 infectados (1.301, solo en la capital de la provincia). Pero esta cifra no incluye toda la gente que ha muerto sin que se le haga el test para comprobar la presencia del virus.

El colapso del sistema funerario producto de esta crisis es de tal magnitud que el presidente de Ecuador, Lenín Moreno, debió conformar una fuerza de tarea conjunta para poder enterrar a todas las personas fallecidas.

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BBC Mundo se comunicó con algunos de los familiares y vecinos de las víctimas y los testimonios coinciden con aquellas dos palabras que Joseph Conrad destacó en su obra “El corazón de las tinieblas”: el horror, el horror.

“Mi tío murió el 28 de marzo y nadie viene a ayudarnos. Vivimos al noroeste de la ciudad. Los hospitales le decían que no tenían camillas y falleció en casa. Nosotros llamamos al 911 y nos pidieron paciencia. El cuerpo sigue ahí en la cama donde falleció, porque nadie lo puede tocar ni nada de esas cosas”, cuenta Jésica Castañeda, sobrina de Segundo Castañeda.

Otra joven guayaquileña que vive en el sureste de Guayaquil y quien pidió que no se difunda su nombre, relató que su padre murió en sus brazos y estuvo 24 horas en la casa.

“Nunca le hicieron la prueba del coronavirus, solo nos decían que nos podían agendar una cita y que tome paracetamol. Tuvimos que retirar el cuerpo por medio de particulares porque no tuvimos respuesta del Estado. Uno siente impotencia al ver a su padre así y tener que salir a pedir ayuda”.

Pero esta situación no afecta solamente a los muertos por el virus. Wendy Noboa, quien vive en el norte de Guayaquil, cerca de la terminal de autobuses, cuenta la historia de su vecino Gorky Pazmiño, quien murió el domingo 29 de marzo:

“Él se cayó y del golpe en la cabeza murió. Yo llamé al 911 y nunca vinieron. Él vivía con su papá, que tiene más de 96 años, por eso mi angustia. Permaneció en el piso todo un día, hasta que vinieron familiares con la caja para sepultarlo. Pero no lo pudieron sepultar porque no había médico que firmara el certificado de defunción”.

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Los casos son tantos que la periodista Blanca Moncada, del diario Expreso, ha comenzado una cadena en Twitter solicitando información de familiares y vecinos de personas que se encuentren en esta situación.

“Tomé esta decisión por el grito desesperado de muchos ciudadanos que tienen que esperar hasta 72 horas e incluso más para que las autoridades recojan los cadáveres que permanecen en las casas; busco cuantificar la magnitud de esta tragedia porque, en cuestión de cifras, Guayaquil es en este momento una gran nube gris”.

“Golpe a las costumbres”

El 28 de marzo, un día después de las declaraciones de la alcaldesa, el diario El Universo informó sobre los planes del gobierno municipal de enterrar a los muertos en una fosa común, pero la idea no prosperó.

“Me parece terrible que se haya lanzado la idea de una fosa común en esta ciudad”, le dice a BBC News Mundo el sociólogo guayaquileño Héctor Chiriboga.

“Esta es una ciudad donde la clase media, media baja, demoraba el velorio hasta dos días porque tenía que llegar el pariente que vivía en Europa, los migrantes que se fueron después del 2000. Aquí se vestía a los cadáveres y hasta hace poco la Iglesia católica veía con malos ojos la cremación”, explica y añade:

“Esto es un golpe para las costumbres de los sectores populares, para el ritual del fallecimiento y del entierro. El hombre que se gana el pan día a día, que tiene una veta cristiana o católica, es un hombre que se deshace al ver que no se va a poder cumplir con el rito”.

Jorge Wated, quien está al frente de la fuerza de tarea designada por el presidente Moreno para el enterramiento de los cadáveres, le dice a BBC Mundo que él no hubiese aceptado esta misión si el mandatario le hubiera pedido hacerse cargo de una fosa común.

“Presido esta fuerza de tareas para levantar a los fallecidos de las viviendas y hospitales de Guayaquil, y para que aquellos que no tienen los servicios exequiales, puedan tener una cristiana sepultura, de forma unipersonal, en un camposanto de la ciudad”.

Pero el ingeniero Wated informa que los familiares de las víctimas no podrán asistir al entierro.

El peor escenario

Mientras tanto, los controles de temperatura siguen en las calles y rutas de Ecuador.

“Siempre había personas que fallecían en su casa. Lo normal era que un médico determinaba la causa de muerte y luego venía la funeraria. Pero ahora hay un pánico generalizado y se piensa que toda persona que fallece en Guayaquil tiene coronavirus. Entonces las funerarias no se quieren hacer cargo”, explica a BBC Mundo Grace Navarrete, médica salubrista que pertenece a la Sociedad Ecuatoriana de Salud Pública.

El comportamiento de las funerarias durante la crisis fue investigado por la periodista Susana Morán, del sitio digital de noticias Plan V, en el artículo “Morir dos veces en Guayaquil”.

Morán entrevistó a la dueña de una funeraria que cerró su negocio por temor a un contagio. “Yo ya tengo mis añitos, por ganarme unos centavitos yo no voy a poner en peligro a mi familia”, le dijo esta señora a la periodista.

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Este miedo se replica también entre los familiares, dice la doctora Navarrete.

“En las casas pasa lo mismo, se muere alguien y nadie toca el cuerpo, en una ciudad en donde el calor hace que el nivel de descomposición de los cadáveres sea más acelerado que en otras partes del país. Yo escuché de un caso de una persona fallecida en su dormitorio cuyos familiares sacaron el cuerpo sobre el colchón a la vereda”.

“Las funerarias están colapsadas, incluso no tienen personal; los camposantos no tienen capacidad de recibir tanta gente a tanta velocidad; la gente no puede salir de sus casas a hacer los trámites para enterrar a sus fallecidos; el número de muertos crece entre los diagnosticados con covid y la gente sospechosa de haber muerto de covid a la que no se le hizo una prueba: esto genera un cuello de botella”.

Ecuador atraviesa un colapso del sistema funerario en medio del brote por el coronavirus.

El médico Ernesto Torres cree que la tragedia debe entenderse como un tema de salud pública, ya que, en sus palabras, esto “rebasa el ámbito de la medicina porque tiene que ver con políticas de Estado y del interés real de los gobiernos en la salud de su población”.

Para este experto en salud pública, en esta crisis se les ha dado demasiada importancia a los hospitales y no se ha trabajado a nivel comunitario.

“Si trabajáramos intensamente a ese nivel, podríamos evitar que tantas personas congestionen los hospitales. Ahora en los hospitales se trata de apagar incendios con baldes de agua. Podrías haber usado esos baldes de agua para apagar los incendios a nivel local con una brigada sanitaria, donde se involucren personas de la comunidad”.

Adriana Rodríguez, profesora de Derecho la Universidad Andina y especialista en derechos humanos, piensa que no es sorprendente que esto ocurra en una ciudad con una alta desigualdad social.

“Guayaquil es una ciudad que tiene aproximadamente el 17% de su gente en la pobreza y en la pobreza extrema. Lo que ocurre ahora con los cadáveres nos hace pensar en qué cuerpos importan y qué cuerpos no importan. Los recortes en salud pública nos dicen que hay cuerpos que no importan”.

Ecuador vive “una verdadera y profunda crisis humanitaria”, dice Paúl Murillo, responsable del área de incidencia comunitaria del Comité Permanente de los Derechos Humanos.

Sin embargo, para el ingeniero Jorge Wated, esto que ocurre hoy en Guayaquil puede ocurrir en cualquier lugar del continente.

“Yo veo lo que pasa en el resto de Latinoamérica, por ejemplo, lo que pasa en Argentina hoy, y es lo que pasaba aquí tres semanas atrás; las cosas se van a ir complicando, dependiendo de cada país, nosotros estamos tratando de actuar lo más rápido que podemos”.

El escritor Milan Kundera decía en su libro “La lentitud” que la velocidad era directamente proporcional al olvido. Es difícil pensar que por más rápido que actúen las autoridades en estas horas, alguien olvide en Guayaquil estos últimos siete días de espanto.

Por ejemplo, en las últimas horas, la Revista Vistazo informó que en la noche del 30 de marzo circuló un video con un grupo de personas en el suroeste de Guayaquil, quemando llantas para reclamar el retiro de un cadáver.

“Incluso, los moradores habrían amenazado con quemar el cuerpo del fallecido, en señal de protesta”, cierra la noticia.

El horror, el horror.

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