Rosy Arango quiere causar un aguacero musical / Poniatowska

por Redaccion
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Ciudad de México

Hace años entrevisté a Lola Beltrán y su fuerza me dejó una gran impresión. Deduje que cantar rancheras exigía ser algo parecido a una guerrillera de sombrero, escopeta y carrilleras para controlar tanto al mariachi como al público. Lola Beltrán ganó todas las batallas, pero ahora me pregunto qué significa cantar rancheras para una joven de pocos años como Rosy Arango, quien las entona a todo pulmón.

Alta, delgada, se sienta frente a mí y estira sus piernas que parecen de bailarina, aunque ella es cantante de música ranchera. Me resulta emocionante hablar con esta norteña hermosa que sigue su camino desde que nació en Hermosillo, Sonora.

En 1997 lanzó su disco Pensamientos rojos, con canciones que entonó en el Blanquita, el teatro Metropolitan y en la plancha del Zócalo frente a miles de oyentes, y los jóvenes aplaudieron tanto como los de mi generación.

–Grabé tres discos México inmortal con el Mariachi Vargas de Tecalitlán. La portada del primero es una foto mía con una paloma, la segunda representa un pasaporte y la tercera es un libro blanco de letras doradas.

Por algún misterio, toda mi casa se ha iluminado con la presencia de esta artista que aboga por canciones distintas a las que ahora se traducen del inglés e invaden los medios. Rosy tiene una voz linda y poderosa. Le ofrezco té y galletas, pero me explica:

–A mí me gusta mucho hacer ayuno porque me puedo aprender muy bien la letra de las canciones. Cuando estoy en ayuno, retengo mejor la letra de poemas. Hago ayuno intermitente, a veces tomo un té o una fruta, papaya o sandía, mi único alimento durante 12 horas. Son tres días de ayuno dos veces al mes y no comer me cae muy bien. Voy a cumplir seis años con este hábito, soy vegetariana. En ese proceso de no comer animalitos, tampoco como huevo, y sustituyo la leche por leche de almendras. En casos excepcionales como un pedazo de queso, porque mi mamá es oaxaqueña y me lo trae del pueblo; disfruto ser hija de oaxaqueña. ¡No comer un buen queso sería castigarla a ella! También disfruto unos ricos chapulines!

–¿Cómo empezó a cantar, querida Rosy?

–En ese disco que tiene en su mano canto Cucurrucucú paloma, de ahí la portada con una paloma. Empecé a cantar música mexicana desde muy niña; estudié en la Escuela Icaza de la Música Mexicana con el maestro Daniel García Blanco, en la Ciudad de México. Él era oriundo de Chiapas y formó una escuela que ahora es la de la iniciación artística de la Ollin Yoliztli. Siempre me dediqué a la música mexicana, que debe preservarse, así como la danza, la gastronomía, los textiles, todo lo que México representa en el mundo.

–Rosy, ¿por qué habría de morir la música mexicana, si se escuchan tríos y hasta hay mariachis en París, en Nueva York, en Los Ángeles, en Londres, en Varsovia? Los países eslavos son fanáticos de nuestra música.

–Sin duda, en todo el mundo valoran nuestra música, pero en nuestro país ha caído en desuso, y las cantantes de ranchero tenemos que mantenernos al frente, como guerrilleras, defendiéndola porque figura cada vez menos…

–¿Qué le hace creer que está en desuso?

–Las nuevas generaciones han perdido contacto con nuestra música tradicional. Tuve la oportunidad de cantar música mexicana con el maestro Armando Manzanero durante tres años, y él aseguraba: “Hija, la música mexicana nunca va a morir, porque la gente irá a buscarla siempre”, pero en la radio, en la televisión, en festivales, en fiestas de quinceañeras ya no se toca como antes. Ahora todo es digital, las nuevas generaciones han perdido ese vínculo con la música tradicional. También la televisión viene en declive ante la invasión de medios digitales. Ahora, la gente prefiere YouTube sobre la tele abierta; los televidentes ponen series en Netflix e ignoran la televisión popular, cuando antes, en esas televisoras, las cantantes de rancheras, como yo, encontraban refugio para difundir su música.

–¿Cree que la tendencia es a desaparecer música mexicana?

–Es la tendencia en todo el mundo, el primer escalón para dar a conocer una canción se encuentra en las redes sociales, es la forma rápida de difundir la música. No importa que la letra sea hueca ni que el arreglo musical sea malo, la canción pega.

–¿Las rancheras son cosa del pasado?

–Es muy grato para mí ver cómo se emociona la gente mayor. Quisiera que a los hijos y a los nietos se les enseñaran canciones de Guty Cárdenas; por eso sigo adelante, pero es una lucha dura, árida, a veces desesperante. La cultura popular se ha ido rezagando frente a la extranjera, que casi nunca llega al corazón y no tiene qué ver con nosotros.

–He notado que Cri-Cri sigue vigente a pesar de que han pasado más de 50 años…

–Pero es un porcentaje pequeño. Los niños no saben quién es Cri-Cri. Admiro a doña Eugenia León, a Guadalupe Pineda, a todas las cantantes que siguen al frente, y creo que tenemos que reforzar su difusión, levantar un escuadrón de canciones clásicas. Cuando Eugenia León sacó su disco de Cri-Cri, me reconectó con lo que viví de niña, pero hay generaciones que desconocen la música tradicional. ¿Sabe una cosa? Ahora se ha encasillado a la canción ranchera bajo el membrete de “regional mexicano”. Agrupa corridos y hasta baladas románticas, pero no sustituye grupos estridentes que tocan tonadas con un tipo de letras y de contenido soez, porque recurren a palabras soeces. Es una pena, porque las nuevas generaciones creen que eso es lo suyo, cuando nuestra música habla de lo mejor de México, del amor y del desamor, de la lealtad y el engaño, como hacía José Alfredo Jiménez. Ahora, además de malas palabras, las canciones hablan de la mujer con desdén…

–Rosy, en mi época, la canción más atrevida era la que decía: “Quince años tenía Martina cuando su amor me entregó, a los dieciséis cumplidos una traición me jugó”, pero ahora la letra de varias tonadas nos daña porque los narcocorridos están ganando terreno. Alguna vez, en un muro de la avenida Insurgentes apareció un poema de Paz que decía: “El mundo nace cuando dos se besan” y eso me hizo muy feliz.

–Ahora debería legislarse en contra de la denigración del amor, sobre todo de la mujer. Que las canciones no promuevan la violencia, la falta de respeto a la mujer, porque ha sido duro ver cómo ahora la música más popular es la más fea de contenido, la más carente de esencia y de valores.

–¡Qué bueno que lo denuncie!

–Nosotros, los oyentes, decidimos qué escuchar, pero un segmento de la población viaja en pesero y aprende canciones vulgares. Muchos jóvenes piensan: “Si ese narcotraficante se hizo millonario y tiene mujeres y el público lo ensalza, yo quiero ser como él”. Es un héroe. Por eso mi constante búsqueda es hacer música que rescate los valores, la cultura en contra de términos explícitos y hasta indignos…

“La radio está invadida de canciones que no valen la pena, y para ellas sí hay mercado. Si llego y digo: ‘Esta es mi música’, me responden: ‘¿Sabes qué, Rosy?, esto no vende, no funciona, no le gusta a la gente’. Estoy convencida de que en el fondo, si hacemos un frente común, podemos imponernos a la nueva generación. Mi abuela decía que todas las mujeres somos gotas de lluvia, pero que si nos juntábamos podíamos hacer un aguacero. Creo que tenemos que provocar un aguacero musical que lave y dignifique la letra de las canciones que hoy se escuchan.”

Tendríamos que buscar un Tláloc, un líder que respalde estos ideales y los convierta en una misión para todos y todas las compañeras de la música.       La Jornada/Elena Poniatowska

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