Que la ciencia revolucione la política

por Redaccion
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Hay que elevar el pensamiento científico a las esferas de poder, tal y como se hizo con la economía y el derecho en el pasado. Y urge conformar unos cuerpos internacionales de ‘reservistas’ científicos que actúen ante emergencias como esta

Diario EL PAÍS Rafael Yuste/Darío Gil          Ilustración: Álvaro Bernis

No es necesario recordar que esta crisis podía haberse evitado, o por lo menos minimizado en términos de salud pública e impacto económico, si se hubiera aplicado a su tiempo el conocimiento técnico de científicos, médicos, expertos en salud pública, en epidemiología y en modelos matemáticos de predicción, científicos sociales, etcétera. En los países donde así se ha hecho, los datos han demostrado una fuerte correlación entre la toma de decisiones temprana basada en el conocimiento experto y los buenos resultados para la población y la economía.

La falta de conocimiento científico-médico es especialmente patente cuando comprobamos que gran parte de la información que llega a los ciudadanos carece de un mínimo nivel de rigor y veracidad. La proliferación del uso de las redes sociales ha llevado en muchos casos a bajar el listón de la calidad de los datos que la población recibe. Es difícil que la ciudadanía —y los representantes públicos— acierten en sus decisiones cuando la información que manejan no es precisa, rigurosa o ni siquiera cierta.

Aunque hemos dedicado nuestras vidas a hacer avanzar con optimismo la ciencia y la tecnología, a nosotros nos preocupa el futuro. Creemos que tenemos por delante retos tan grandes como los del coronavirus. Estamos hablando no solo de problemas sanitarios globales como pandemias o enfermedades infecciosas resistentes a los fármacos, sino de asuntos como el cambio climático, así como de las oportunidades y de los desafíos que ofrece incorporar la inteligencia artificial, la neurotecnología y la biotecnología al funcionamiento de la sociedad.

La urgencia de la ciencia debe trascender esta crisis. Aquí hablamos de la ciencia de una manera amplia, incluyendo la medicina y la ingeniería —al fin y al cabo, la medicina es la ciencia del cuerpo humano y la ingeniería incorpora los descubrimientos científicos al mundo en que vivimos—. Pues bien, ahora es el momento de elevar la ciencia y el pensamiento científico a las esferas del poder, como se hizo con el pensamiento legal y económico en décadas pasadas para arraigar los fundamentos intelectuales de nuestra economía política moderna. Como medida de la distancia que nos queda por recorrer, consideremos el hecho de que más de la mitad de los 535 miembros del Congreso de Estados Unidos son abogados, mientras que solo 3 son científicos y 17 son médicos.

Más allá de reclutar a científicos como líderes políticos, es el pensamiento científico el que debemos infundir tanto en las instituciones existentes como en las nuevas. Los errores conceptuales fundamentales en el pensamiento económico causaron un sufrimiento indescriptible a miles de millones de personas durante el siglo pasado. Ya sea para combatir las pandemias o el cambio climático global, el pensamiento científico —y la urgencia con la que movilicemos poder y recursos para la ciencia— determinará el bienestar y la prosperidad de miles de millones de personas en todo el mundo.

¿Pero cómo incorporamos a los científicos y al pensamiento científico a la gobernanza y toma de decisiones de la sociedad? Creemos que este es el momento de institucionalizar la ciencia en los órganos del Estado. Nuestra propuesta abarca varios niveles de posible acción. En primer lugar, vemos necesario reforzar el papel de la ciencia en los Gobiernos de los países. Como hemos visto en esta crisis, la economía depende de que nos atengamos primero a los problemas más fundamentales de la sociedad, como la salud o el cambio climático. Así como es normal tener una vicepresidencia económica en un Gobierno, nos parece que tendría que ser normal que hubiese una vicepresidencia científica del mismo rango. La persona a cargo, con formación profesional científico-médica, podría coordinar aspectos de salud, tecnología, desarrollo y educación.

Además de una vicepresidencia científica, que hasta donde sabemos no existe en ningún Ejecutivo del mundo, pensamos que se deberían institucionalizar con más rigor y formalidad los consejos científicos asesores como organismos fundamentales de cualquier Gobierno. Estos consejos asesores podrían ser nacionales o internacionales. Proponemos, como ejemplo, la creación de unas Reservas Científicas Internacionales, un consejo científico asesor que funcione a nivel mundial.

Además de los Gobiernos, en democracias parlamentarias los partidos políticos deberían también reforzar la incorporación de la ciencia a su discurso interno y a sus tomas de decisiones. La oposición debería tener puestos equivalentes a los portavoces científicos y a los consejos científicos asesores. Así, al incorporar a estos profesionales a sus filas, los Gobiernos y los partidos, conjuntamente, podrían concentrarse en los temas de verdadera importancia, con perspectiva de futuro, minimizando el cortoplacismo tan dañino que desafortunadamente rige el discurso político de muchos países.

Además del papel de la ciencia en los Gobiernos, creemos imprescindible que se refuerce el papel de la ciencia en los cuerpos legislativos. Todos los Parlamentos deberían tener un cuerpo oficial de consultoría científica, igual que todo Parlamento tiene un cuerpo de letrados jurídicos, por ejemplo. Hay muchos temas (y habrá cada vez más) que son técnicamente difíciles de entender si no se tiene una formación científica básica. Los parlamentarios deberían tener información de primera mano sobre todos los temas de tanto impacto social: representan a la ciudadanía y tienen la obligación de hacerlo con conocimiento de causa.

Por extensión, sería igualmente positivo incorporar conocimiento técnico al tercer poder, la judicatura. Los jueces que dirimen casos reales interpretando las leyes tendrían también que disponer de información científica de primer nivel. De hecho, no estaría de más que los máximos órganos judiciales dispusieran de consejos asesores.

Por último, el cuarto poder, los medios de comunicación, también deberían tener dentro de casa profesionales con formación y bagaje científicos que aseguren que la información que distribuyen está basada en datos y estadísticas fiables. La prensa es un bien común y tiene una gran responsabilidad a la hora de generar opinión pública y alertar a la población en situaciones de crisis como la que vivimos. Desafortunadamente, en esta pandemia hemos visto muchas veces, en las primeras páginas de algunos de los periódicos más famosos del mundo, noticias médicas alarmistas que no se corresponden con datos fiables. Esta falta de rigor causa daño porque mina la confianza de la sociedad en sus propias fuerzas para afrontar el futuro. Muchos diarios tienen grandes profesionales con formación científica, pero la existencia de consejos asesores científicos no es situación estándar ni institucionalizada.

Para completar estas recomendaciones, creemos —como muchos— que ahora más que nunca es necesario reforzar la conexión entre ciencia y sociedad a través de la educación de toda la ciudadanía. Esto se puede conseguir haciendo mayor hincapié en la enseñanza científica a todos los niveles —desde las asignaturas en los colegios hasta la divulgación científica para la población adulta—. Deberíamos fomentar las carreras científicas y generar un sistema institucional fuerte ante potenciales crisis, de manera que la actividad científica se mantenga y genere el tipo de soluciones que la sociedad necesita.

El método y el pensamiento científico son una de las mayores creaciones de la humanidad y la herramienta que nos puede ayudar a superar los retos del futuro. Tenemos a magníficos profesionales ya formados, expertos en salud, enfermedades infecciosas, clima, inteligencia artificial, neurobiología y biotecnología. Aprovechemos sus conocimientos y su formación para llevar a la sociedad hacia el futuro de una manera inteligente, incorporémoslos a todos los niveles. Estarán encantados: los científicos trabajan para el futuro de todos, trabajan para la humanidad. Utilicémoslos. Es urgente.

Necesitamos ‘reservistas’ científicos

Repasemos algunas de las instituciones más importantes de Estados Unidos: la Administración de la Seguridad Social, los Laboratorios Nacionales, el Centro para el Control y Prevención de Enfermedades (CDC, por sus siglas en inglés), el Instituto Nacional de la Salud (NIH), la Fundación Nacional para la Ciencia (NSF), la Agencia de Proyectos de Investigación Avanzados de Defensa (DARPA), la NASA y el Departamento de Seguridad Nacional. ¿Sus orígenes? La Gran Depresión, la II Guerra Mundial, la Guerra Fría y el 11-S.

Las crisis siempre han sido catalizadores para la renovación institucional y la reinvención, y la pandemia del coronavirus no será una excepción. Incluso en un momento donde solo vemos tragedias o emergencias, las coaliciones que se están formando y las soluciones que están surgiendo serán la base de las instituciones que están por venir.

La creación en EE UU de la asociación de supercomputación público-privada más grande de la historia es un buen ejemplo. El Consorcio de Supercomputación covid-19 ha reunido de forma voluntaria al Gobierno, a la Universidad y al sector privado para acelerar el proceso de descubrimiento de nuevos tratamientos y vacunas contra el coronavirus con la ayuda de superordenadores. El Departamento de Energía está liderando el esfuerzo junto a IBM, una institución privada. Otros gigantes tecnológicos, normalmente rivales, están contribuyendo con sus mejores capacidades: desde Amazon hasta Microsoft o Google. También se han sumado la NASA y la NSF, al igual que siete laboratorios nacionales, incluyendo los históricos Los Alamos, Oak Ridge y Sandia; y también más de 10 universidades, desde el MIT hasta la Universidad de Texas y la Universidad de California. Investigadores de todo el mundo pueden acceder a los superordenadores de forma gratuita, y la dimensión internacional va a crecer con la incorporación de centros de supercomputación de Inglaterra y Suiza.

Sin un solo contrato, este consorcio fue concebido y lanzado en solo cinco días, un verdadero reflejo del poder catalítico de una crisis sin precedentes. Debería ser evidente que una pandemia global —el equivalente microscópico de una invasión alienígena— exige unir fuerzas, unidad y cooperación. El virus no hace concesiones entre instituciones, pasaportes, identidad o posiciones políticas. Dentro de los Estados-nación estamos presenciando muchos momentos de movilización, pero también está claro que no estamos viviendo un momento de unidad internacional y coordinación global.

La necesidad de trascender los horrores de la guerra y el deseo de prosperidad económica impulsaron momentos anteriores de cooperación regional y global; condujeron a la creación de las Naciones Unidas y a la alianza de la OTAN, junto con la aparición de la Unión Europea, el Banco Mundial, el Fondo Monetario Internacional (FMI) y la Organización Mundial del Comercio (OMC). Nosotros, junto a Avi Loeb, jefe del Departamento de Astronomía de la Universidad de Harvard, creemos que ahora es la ocasión de crear un nuevo organismo, las Reservas Científicas Internacionales, compuesto por científicos y organizaciones que elijan voluntariamente participar. Estas reservas reunirían lo mejor de los sectores público y privado, reconociendo que la capacidad científica de cualquier nación miembro se distribuye entre organizaciones gubernamentales, la academia, las fundaciones y el sector privado. Sus objetivos: asesorar gratuitamente a todas las instituciones del planeta para prevenir crisis futuras, movilizar recursos humanos o técnicos y facilitar acciones coordinadas. Los reservistas, un ejército de voluntarios provenientes de instituciones científicas, tecnológicas y médicas, con expertos en todo tipo de temas, donarían su tiempo y su talento y estarían listos para ser movilizados en situaciones de necesidad.

Las crisis y las emergencias exigen mecanismos alternativos de liderazgo, financiación y coordinación entre las instituciones. Mediante la planificación durante los momentos de tranquilidad, las Reservas Científicas estarían listas y serían capaces de movilizar los recursos adecuados en las emergencias (de igual manera que las fuerzas de reserva militar se preparan en tiempos de calma y se movilizan en momentos de crisis). La dimensión internacional también es crucial, ya que los investigadores de una variedad de disciplinas, instituciones y naciones podrían detectar, prepararse y responder a las amenazas, compartiendo información en tiempo real y proporcionando un mecanismo de coordinación global.

A estas alturas está muy claro que una preparación científica adecuada para catástrofes naturales es clave para salvar millones de vidas y miles de millones de euros en la economía global. Tenemos que encontrar una mejor manera de aprovechar el poder de la ciencia para mantener a nuestro mundo seguro. La ciencia no solo nos ayudará a derrotar al mortal coronavirus, sino que también será fundamental para abordar otras amenazas importantes como el cambio climático y la resistencia a los antibióticos. Si la humanidad alguna vez necesitó una llamada de atención para reconocer el valor de la preparación científica y la colaboración, seguramente es esta pandemia. La ciencia es vital para nuestra futura prosperidad y salud; siempre lo ha sido y siempre lo será.

Rafael Yuste es neurocientífico y catedrático de la Universidad de Columbia (EE UU).

Darío Gil es doctor en Ingeniería Eléctrica e Informática. Actualmente dirige el área de investigación de IBM.

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